viernes, enero 09, 2015

Si Dios vive, todo está permitido

Acabo de terminar de leer el artículo de Elizabeth Anderson titulado If God is Dead, Is Everything Permitted?, donde ella cuestiona los reclamos cansados del argumento de que Dios es una necesidad moral de la humanidad. El artículo está en línea, y también forma parte de varias antologías secularistas incluyendo The Portable Atheist: Essential Readings for the Nonbeliever, que fue recopilada por el difunto Christopher Hitchens. Es ahí donde la leí.
Vale muy bien la pena familiarizarse con los poderosos argumentos que hace Anderson, ya que nos equipan para considerar los problemáticos reclamos que son presentados a los ateos por las personas de convicción religiosa que, con frecuencia, no han considerado con cautela las serias repercusiones de sus argumentos.
La labor que hace la autora al evaluar el reclamo de que “Si Dios ha muerto, todo está permitido” es tan cabal, que he decidido titular este artículo Si Dios vive, todo está permitido, porque es eso lo que la autora logra demostrar.
El argumento moralista presentado por los apologistas religiosos es que si la gente no tuviera fe en Dios, no existiría nada que evitara que las personas robaran, mataran, violaran y cometieran toda clase de crímenes contra la humanidad como vikingos que azotan aldeas inocentes … pero eso solo hace sentido si ignoramos Septiembre 11, ISIS, las Cruzadas, el “Kill the Gays bill” de Uganda y otras atrocidades inspiradas por la fe en Dios. Es mucho pedir, porque estos actos no se cometieron a pesar de la fe en Dios, sino por causa de ella, y además porque a nuestra generación le tocó ser testigo de algunos de estos actos.
En primera instancia, Anderson explica que existen (fuera del temor a Dios, miedo al infierno, deseo del cielo y otros incentivos intangibles) otras razones legítimas para hacer el bien y para evitar hacer el mal. Son cosas como el amor, el sentido de honor y el respeto por los demás. También argumenta que las enseñanzas morales que sí se pueden encontrar en la Biblia (contra la matanza, el robo, el adulterio, etc.) existen universalmente en todas las culturas humanas.
Luego, la autora argumenta propiamente que no es su inexistencia, sino la existencia de Dios, la que hace que todo sea permitido porque la Biblia es moralmente inconsistente. A esto le siguen numerosos párrafos repletos de los mas obscenos, inmorales y violentos episodios de las escrituras, una ristra tan larga de crímenes religiosos que solo voy a citar varios ejemplos. Menciona por nombre el genocidio de decenas de tribus y naciones enteras para robarle las tierras (tan solo en un capítulo, Josué 12, se mencionan 31 ciudades enteras que fueron étnicamente limpiadas), sacrificios humanos (por Jeftá y por el rey David), la persistencia en castigar  miles de inocentes por las faltas de una sola persona, el bioterrorismo (en términos bíblicos, mandar plagas), y aunque estos episodios suceden en el Viejo Testamento, el Nuevo Testamento profetiza un tiempo futuro en que volverán a suceder, de modo que aunque esta lista no incluye los crímenes que luego fueron inspirados en los siglos subsiguientes por versos bíblicos, debemos considerar actos similares que han sucedido durante las Cruzadas, la colonización de América, las guerras religiosas en la Europa feudal y el infatigable y letal escándalo de retraso cultural y odios religiosos que es el Medio Oriente moderno.
Cualquier persona que argumente que Dios tiene y/o otorga un sano compás moral debe considerar luego de estos crímenes, las cosas que el Dios de las escrituras arbitrariamente permite versus las que prohíbe. Se permite la esclavitud (Lev. 25), la venta de hijas (Exodo 21), los esclavos pueden ser golpeados siempre y cuando sobrevivan mas allá del segundo día luego de la golpiza (Exodo 21), las esclavas pueden ser violadas (Deut. 21) y los prisioneros de guerra ser arrojados por un risco (2 Crónicas 24), pero se prohíbe comer cerdo, comer camarones, trabajar un sábado y ser gay. Peor: el tamaño del castigo no se puede reconciliar con el tamaño del crimen. Moisés manda a matar a un hombre en Números 15 por recoger leña (presumiblemente para cocinarle a sus hijos y alimentarlos, que ahora quedaron huérfanos), y los levitas ordenan el genocidio de los gays en Levítico 20. Todavía en el Siglo 21 la comunidad gay está tratando de convencer a grandes porciones de la gente religiosa de que debería tener un derecho inherente a existir (aunque en algunas partes de Africa y Medio Oriente, es a oídos sordos).
La arbitrariedad de la moral divina es analizada luego a la luz de la doctrina salvífica, y sobre todo de la creencia en la pre-determinación. Hay varias versiones de estas creencias, y son todas evaluadas sin que pasen la prueba de expresar un espíritu realmente moral y constructivo. Según algunos, solo se salvan y van al cielo los que creen en Jesús, no importa lo que hayan hecho en vida. Según otros, solo se salvan los que Dios ha elegido sin que importen sus actos o su fe. Según otros, hay que creer y practicar actos sanos, lo cual refleja algo de justicia aunque persiste el problema de las proporciones de la justicia divina: actos finitos no parecen merecer castigos y recompensas eternas.
Por siglos, los apologistas religiosos han justificado o defendido lo depravado que Dios es pintado en las escrituras y creencias vulgares con un sinnúmero de argumentos, algunos mas absurdos que otros. Estos argumentos solo logran profundizar nuestra desconfianza. Anderson arguye (mi traducción):
Encuentro tales ejercicios casuísticos moralmente peligrosos. Dedicar nuestras reflecciones morales a construir elaboradas justificaciones para genocidios pasados, sacrificios humanos y cosas por el estilo es invitar aplicaciones de un razonamiento similar a acciones futuras.
En otras palabras, los apologistas deben considerar no solo cuan inmorales son los actos que defienden sino las repercusiones de esta manera de hacer teología en el compás moral de sus correligionarios hoy y mañana.
Los teólogos que quieran reconociliar los episodios depravados de la Biblia con la sana moral no tienen otra opción que involucrarse en teología liberal y rechazar firmemente una interpretación de la Biblia como revelada o como literalmente autoritaria. Sin embargo, a la vez que concede que esa es una opción (ver las religiones que surgen de la Biblia solo como tradiciones que evolucionan), Anderson insiste en que, una vez dudamos de la Biblia como autoridad moral, no queda una fundación muy sólida sobre la cual podemos tomar el riesgo de basar nuestras vidas porque no se puede confiar ni en la guía moral, ni en los reclamos sobrenaturales e históricos de la Biblia.
Anderson cierra con una conclusión que reivindica el contrato social, que es la versión laica de la regla de oro:
¿Como, entonces, puedo responder al reto moralista al ateísmo, de que sin Dios las reglas morales carecen de autoridad? Digo: la autoridad de las reglas morales yace no con Dios sino con cada uno de nosotros, que tenemos autoridad moral con respecto a los demás.
Y autoridad implica responsabilidad. Les invito a que se tomen el tiempo para leer el brillante discurso de esta mujer, que ha producido los argumentos mas claros, concisos y específicos que he visto hasta ahora contra el argumento moralista.
Nota:
No existen, hasta donde tenga conocimiento, traducciones al español del artículo pero sí se puede encontrar en inglés en varias antologías, en este blog y en este sitio.

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