martes, marzo 20, 2007

Ana y Miguel

Ornamentan las ondas del aire las dulces melodías acústicas con aires a veces moros de Mecano, cuando Ana Torrijo estaba cantando a las mujeres. Es como un viaje al pasado, a otro día, a una era de libertad, de una inocencia que se ha perdido y se intenta recuperar a nivel global.

Odio pensar que la última vez que los gays fueron libres y ciudadanos casi completos o completos fue en la era pagana, hace casi dos mil años, porque esto da un atisbo de cuan empinado es el camino a la libertad, y me siento tentado a conformarme con vivir ahora en las asfixiantes arenas de un Caribe homofóbico, donde a Sir Elton John ni en Trinidad y Tobago lo quiere el líder de una iglesia odiosa donde los niveles de hostilidad, agresión y abuso anti gay son tales que el pontífice toma por sentado que es normal su asco y miedo irracional, que es normal ser tan abierto y público sobre la profundidad de su odio hacia un ser humano que nunca ha conocido y que nada le ha hecho. Mas aún, cuando es un pontífice cristiano, y es ese el ejemplo que ha decidido dar, precisamente por ser un pontífice cristiano. El Cristo estará avergonzado. ¿Cuando pensará retornar a arreglar esto?

El primer símbolo que un inmigrante ve al llegar al ya mítico Ellis Island, que mas o menos simboliza la primera parada de los que entran por primera vez en territorio americano, es la Estatua de la Libertad. Un monumento a la Libertad, que la endiosa, la encarna, la glorifica, la acaricia, la anhela y sueña, articulando los millones de sueños americanos que empujan a la humanidad hacia un progreso cierto y definitivo. Pero por mas ciudadanos americanos que seamos los puertorriqueños, si somos gays, el sueño americano es aún poco mas que un sueño. Y por eso los patrones migratorios de los gays, que ya son muy bien documentados, los giran hacia el norte cuando salen del closet como si fueran pájaros raros que migran en sus primaveras en busca de hacer su vida, de aparearse, de encontrar quienes son, de trazar su destino manifiesto.

Primero, migramos del campo a la ciudad. Luego, si no basta la ciudad (que con frecuencia es el caso), dejamos la isla. Y al dejarla, con el alma en cantos, podemos casi escuchar los oprobios de los pastores homofóbicos, que se alegran de nuestras penas, incertitudes, enfermedades, como si fuéramos una plaga que hay que fumigar, como si nunca debimos haber nacido en primer lugar. Si nos vamos, mejor pa' ellos. Se quedan con Puerto Rico. Y duele ver a Puerto Rico sumido en tanta homofobia. Pero de eso no se habla, no se supone que se hable.

Mecano cantó muchas canciones bonitas que, poco luego de salir del closet, articularon mis sentimientos por primera vez en mi vida. Canciones gays, voces gays que pudieron haber parecido extraterrestres en un entorno tan hostil y apagado de vida para mi, que borraron mi conciencia de ser invisible por primera vez y me hicieron sentir y darme cuenta de que vivía. En este profano y vulgar paradigma desmoralizante de vivir en una sociedad profundamente homofóbica, donde uno está siempre conciente de ser minoría, una canción que te hace olvidar que eres invisible se torna sacra, te libera y te expulsa de este mundo. Es extática.

Una de las canciones míticas y numénicas de Mecano que fascinó mi alma muda fue Ana y Miguel, una canción de una mujer enamorada y tan bella, que el mar le robó al novio por celos, se lo tragó para poder quedarse con ella. Ana, loca de amor por su Miguel, se quedó esperándolo frente al mar. Y esperó y esperó hasta que se tornó en una estatua de piedra en las arenas, porque Miguel no volvió. Yo veo a Ana y a Miguel en mi. Ana se quedó en las arenas de Borinquen esperando que yo retornara, es el alma virgen, el alma aborigen de la isla que dejé atrás, y francamente me temo que no voy a retornar. Aquella parte de mi inocente, soñadora, que hubiera querido quedarse en Puerto Rico, se ha quedado esperando, soñando frente a los corales de Yemayá. Las arenas del tiempo se la están tragando.

Siempre en este juego de añoranza y esperanza, de ayer y mañana, uno trata de forjar nuevas identidades pero lo que fuiste nunca muere del todo. Sobre la piedra caliza se construyen nuevos pisos, y siempre se esconden los yoes muertos en los sótanos de los nuevos yoes. Por eso cuando escucho estas canciones las memorias son tan vivas como las primeras vivencias, porque el eco de aquella persona persiste.

Yo reconozco que si en Puerto Rico aprueban las uniones civiles, eso no va a borrar la homofobia y sus estragos, eso no va a reconciliar mágicamente a las familias que se abochornan de sus hijos gays con sus hijos en el exilio o en la isla, ni va a producir ciudadanos completos de la noche a la mañana. Todavía, sin el matrimonio gay, los gays van a ser ciudadanos de segunda clase, van a pagar mucho mas en taxes al gobierno solo porque no tienen derecho a casarse. Ser heterosexual va a seguir siendo un privilegio y muchas iglesias van a seguir tratando de convencer al mundo de que yo no debería existir, no se lo que piensan y francamente no quiero saberlo, si es que me deberían fumigar o asesinar. No dudo que muchos, si pudieran, lo harían.

Pero si aprueban las uniones civiles en Puerto Rico, creo que las arenas y la mar sí van a receder poco a poco, se va a desmantelar el coral alrededor de Ana, y quién sabe, a lo mejor se reúna con Miguel. Quizá el sireno bese la estatua de piedra y Ana vuelva a la vida, y naden inocentes por aquellas aguas de nuevo. Entonces dirán los mitógrafos que fue así como quedaron los jueyes viscos. Fue de vergüenza. Fue que vieron a Ana y Miguel reunirse y hacer el amor en la arena sin complejos ni cadenas.

Y el mar que está loco por Ana
prefiere no mirar
las olas no perdonan
al agua ni a las algas ni a la sal

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